El presidente Sánchez acaba de cambiar una buena parte de su gobierno. Ha apostado por un perfil más ajustado a la ortodoxia económica, en sintonía con lo que Europa le demanda. Ha incorporado a una cantera de mujeres jóvenes experimentadas, sobre todo en los cargos políticos y de partido. Al mismo tiempo ha quitado lastre haciendo desaparecer al omnipresente asesor Redondo, a la portavoz Carmen Calvo o al escudero Ábalos. A Podemos lo ha dejado como estaba, ni mejor ni peor. Este reajuste por un lado evidencia el desgaste del Gobierno, reconocido por sí mismo, especialmente a partir del Ayusazo. Es decir, lo que muchos, si no la mayoría, viene diciendo, el propio Sánchez lo ha reconocido, el fracaso de muchos ministros; nunca hubo un cambio tan brusco en democracia. La pandemia como excusa ya no es creíble, las cifras del paro han aumentado muy significativamente, así como el endeudamiento y la producción ha descendido, de forma que España ocupa el liderazgo negativo en estos y otros aspectos en Europa, esto apenas se oye en los telediarios. La manipulación de las instituciones y de las leyes para hacerlas a medida de los gobernantes es cada vez mayor. Las concesiones a los separatismos crecen día a día, no se les niega casi nada. Por otra parte el ala izquierda del Gobierno se dedica a una destrucción sistemática del sistema de vida español y cristiano, mediante la promulgación de leyes en contra de la familia y a favor de la muerte en sus diferentes versiones.

Sánchez se va perfilando como un sátrapa, un Tirano Banderas tecnócrata, que hace y deshace a su antojo, fagocitando a los suyos propios. Mientras tanto la nación espera una evolución positiva del virus, muy manejado también por la conveniencia política y el advenimiento providencial de los fondos europeos, que ya veremos cómo se reparten.

La llamada derecha por parte del PP intenta pillar cacho en el desgaste para atrapar su porción de pastel, a pesar de que mayormente asiste impávida al suceder de los acontecimientos. El populismo de Vox, aun con aciertos por presentar batalla al dogmatismo neomarxista, no ha señalado el giro social que necesita para ser una auténtica alternativa popular y no una fábrica de eslóganes a la contra.

Ante este panorama algunos nos dedicamos a alertar e intentar dar testimonio de que una España diferente es posible, y que nadie dude de que no es un esfuerzo baldío, ya que tiene su repercusión. Creemos en la redistribución de la riqueza y en España como proyecto para una democracia avanzada, que atienda las necesidades de las personas y que fortalezca lo mejor de nuestra milenaria civilización. A la política se va a servir, no a servirse y  los más preparados y honestos deben representar al conjunto de la población y no a una parte. Por último y no menos importante, en estos tiempos difíciles hay que preservar la libertad en todas sus vertientes, para una sociedad en la que prime el diálogo y no la confrontación. Por el bien común.

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