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En España, existe cierto consenso entre los ciudadanos de a pie en que el actual sistema político está dando síntomas evidentes de descomposición. La corrupción, el clientelismo, la ineficacia o la excesiva politización de muchas de nuestras instituciones no hacen más que acentuar la colosal crisis económica que arrastramos desde el año 2008 y que con la actual Pandemia se ha visto agravada enormemente. Muchos son los españoles que no vemos que con los actuales mimbres podamos remontar una situación de enorme depresión social y económica. El espectáculo constante y lamentable que muestran nuestros dirigentes políticos enzarzados en luchas estériles por la simple conquista de parcelas de poder, nos abre a todos los ojos de que la motivación que les mueve está muy lejos de la de alcanzar el bien general de todos y muy cerca de buscar para los suyos cargos, influencias y prebendas.

 

En este sentido, la consolidación, a partir del año 2014, de dos nuevas fuerzas emergentes como son Podemos y Ciudadanos, nos hizo albergar a muchos la esperanza de que iba a resultar ineludible una más que necesaria regeneración del sistema político español. Quizá de un modo un poco ingenuo consideramos en aquel momento la posibilidad de que sangre nueva sería capaz de renovar un organismo podrido por patologías endémicas. Pero el tiempo demostró que estábamos equivocados. Poco a poco, todos los españoles hemos llegado tristemente al convencimiento de que tanto Podemos como Ciudadanos han tardado bien poco en imitar a sus hermanos mayores. Copian muchos de sus modos, se someten a dinámicas autoritarias de liderazgos omnipotentes y narcisistas y no tardaron mucho en caer en similares vicios, expresados en forma de corrupción, amiguismo y clientelismo o bien en tolerancia hacia estas mismas patologías. Además, postergan las necesarias reformas institucionales que podrían dotar de mayor transparencia e independencia a las instituciones que velan por la defensa de los derechos y libertades de todos los españoles.

 

De hecho, se puede decir que hace muchos que han abandonado sus originarias bandera de regeneración y ahora no aspiran en modo alguno a cambiar un régimen en el que bajo su actual configuración detentan importantes parcelas de poder y de privilegio. Como el sistema les otorga influencia, no quieren modificar sus estructuras para evitar que en la mudanza pierdan por el camino alguna parcela  del poder que ostentan. Han sucumbido a los cantos de sirena del poder corrupto y se han dejado querer por un sistema político que indudablemente les ha otorgado cierta audiencia electoral y una no despreciable cuota de poder e influencia susceptible de ser utilizados en beneficio propio. De esta manera, entrando en el juego partidario de estrategias y relatos, resulta imposible que sean la palanca de cambio de la regeneración política de España.

 

De otro lado, en el otoño de 2018 emergió con fuerza en el panorama político español una nueva formación política que competir con las, hasta entonces, cuatro fuerzas nacionales. Se trataba de VOX. Una nueva alternativa que surgía a la derecha del espectro político. Esto era novedoso porque alcanzaba directamente un grupo parlamentario en el año 2019 y con la repetición electoral de noviembre se convirtió para sorpresa de muchos en la tercera fuerza parlamentaria. En el fondo, recogía a mucha gente descontenta con la política de Rajoy al no ser capaz de arreglar muchos fallos sistémicos de la política española a pesar de haber gozado de la mayor cuota de poder que nunca un dirigente político de la derecha había ocupado. Pero su consagración vino por obra y gracia de la amenaza independentista catalana y del hartazgo que muchos ciudadanos sintieron por la actuación sucesiva de los gobiernos de Rajoy y de Sánchez, mezcla de titubeo y tibieza ante una de las mayores amenazas a la que ha tenido que enfrentarse la nación española.

 

Pero pronto estamos pudiendo confirmar con desolación que cada una de las fuerzas políticas que acceden a los ámbitos de representación, tanto Podemos como Ciudadanos y ahora Vox, en cuanto disfrutan de sus respectivas parcelas de poder se dejan llevar por la inercia de un sistema que precisamente no van a ser capaces de cuestionar desde el mismo momento en el que se benefician de él. Al final, actúan de manera mercantil mirando exclusivamente a su propia clientela y desdeñan de manera objetiva la persecución del interés general. En el caso de los últimos en llegar, produce cierta decepción el hecho de que Vox no despegue de ser unas muletas díscolas para el Partido Popular con las que completar sus mayorías parlamentarias en Madrid o en Andalucía, pero sin capacidad de insuflar sabia nueva en un organismo más bien continuista.

 

Mientras tanto, siguen siendo postergadas las reformas estructurales que dotarían a España de un régimen político auténticamente democrático y la alejarían de los intereses particulares de unos partidos políticos únicamente orientados a la división entre los españoles en bloques irreconciliables para con ello conseguir emerger como la casta dominante de un pueblo sumiso y aletargado. La promesa de una renovación de gobierno o de una eventual salida a la crisis económica, aplazan año tras año las necesarias reformas constitucionales y acaba por consolidar este sistema caduco en las aguas de la solución de las cuestiones urgentes y postergando las soluciones a los problemas enquistados en nuestra configuración política.

 

De otro lado, no resulta de recibo la defensa que hace Vox del ultraliberalismo abusivo que nos ha llevado precisamente a la inviabilidad económica de nuestras sociedades occidentales a partir de la crisis de 2007. El sistema capitalista está lanzando inequívocos signos de deterioro y solamente si se atempera y se modera con una visión social podrá sobrevivir y aportar los rasgos positivos que tiene para la conformación de un nuevo sistema de regulación económica más acorde con la naturaleza que nos rodea y más compatible con la defensa de la dignidad de la persona, que supere la visión cortoplacista que considera a ambos como dos meros factores de producción e intercambio. Yerra Vox al promocionar un sistema económico caduco que inevitablemente será superado por nuevos acontecimientos.

 

Por último, la irrupción de la crisis sanitaria del Coronavirus y las devastadoras consecuencias que va a producir dejan al aire mucha de las inconsistencias agudizadas en España por nuestra clase política. La horrible gestión que este gobierno social comunista ha llevado a cabo, no ha hecho más que corroborar que aunque nuestra querida España tiene las bases para ser una gran nación, la realidad es que nuestros dirigentes no han hecho otra cosa que desahuciar a miles de españoles mediante el expediente de no haber tomado medidas preventivas cuando evidentemente la desgracia se cernía sobre nuestra patria. Han fallado todos los controles y todas las alarmas que debieran haber lanzado todos los expertos y científicos que indudablemente nuestro país tiene debido a que nuestra organización política se basa en el nepotismo, el enchufismo y el amiguismo y no sobre los principios de mérito y capacidad sobre los que en puridad debiera fundarse un sistema que presumiese de ser eficiente y eficaz.

 

Tenemos la sensación de que nuestro país ha batido todos los récords mundiales de desorganización e ineptitud y que este suceso no es más que un síntoma evidente de la descomposición que sufre España desde hace muchos lustros. Lo que ha pasado con el Coronavirus no es más que un fiel reflejo de lo que sucede en muchos otros aspecto de nuestra vida en común: los poderes públicos no han hecho nada más que dejar desprotegido a su pueblo ante una desgracia y ello no hace más que recordarnos hechos del pasado en el que los españoles nos hemos visto totalmente abandonados por nuestros gobernantes, que son los que debieran tener por primer objetivo velar por su nuestra seguridad e integridad. Y es que en España, como recordaba Ortega, todo lo ha hecho el pueblo y lo que no ha podido hacer el pueblo se ha quedado sin hacer. 

 

El 2 de mayo de 1808, el pueblo de Madrid tuvo que salir a la calle con los medios a su alcance en esos momentos para defender la independencia e integridad de España. Mientras tanto, nuestras élites aburguesadas y nuestros monarcas corruptos huían en busca de refugio seguro y beneficios al calor del imperio napoleónico.

En 1898 la ineficacia de nuestra corrupta clase política de la Restauración, unida a la indolencia y cuando no la convivencia de muchos de nuestros dirigentes dejaron en la estacada a unas fuerzas armadas y una tropa a los que no se les dotó de los necesarios medios para evitar el desastre militar de la pérdida de Cuba, Puerto Rico y las Islas Filipinas. 

En julio de 1921, miles de españoles fallecieron como perros en el conocido como Desastre de Annual, debido entre otras causas al erróneo criterio de nombramiento del responsable militar último que lo fue meramente por su afinidad con la Corona.

A mediados de abril de 1931, el Rey Alfonso XIII huye de España y deja en la estacada a una mayoría de ciudadanos que había apostado mayoritariamente por las candidaturas monárquicas frente a las republicanas en las elecciones municipales que se habían celebrado unos días antes. En un extraña y torticera interpretación del principio democrático como las candidaturas republicanas habían ganado en las capitales de provincia proclamaron la República otorgando al voto urbano más valor que al rural. Extraña interpretación del juego democrático efectuada por los unos y aceptada cobardemente por los otros.

En enero de 1939, cuando las tropas nacionales alcanzan Barcelona y se produce una desbandada generalizada de exiliados españoles, las élites republicanas, comunistas y socialistas abandonan a su suerte a miles de compatriotas que de inmediato son confinados en campos de concentración en playas francesas. Los dirigentes gozaron de retiros dorados, regados con los fondos que habían robado del Estado, mientras no dedicaron ni un minuto ni un céntimo a socorrer a las masas de refugiados republicanos.

En el año 2008, cuando estalla una crisis financiera en el mundo con especial virulencia en nuestra país, el pueblo en solitario pagó las consecuencias de los desmanes de políticos y corruptos que corrompieron bancos y cajas de ahorros en provecho propio. Los errores de los políticos y de las entidades financieras los pagaron los españoles más humildes en forma de paro y recortes. Los españoles de a pie tuvieron que hacer frente a mayores impuestos, menores prestaciones o pérdidas económicas, sin que nuestra clase política se aplicase ella misma similares sacrificios.

 

Por todos estos ejemplos y muchos más que podríamos citar se impone que sea el pueblo el protagonista de su propio destino y que contribuya activamente a la construcción de una alternativa al orden social y político imperante, al que consideramos culpable de que en estos momentos nos hallemos dónde nos hallamos. Solamente si el pueblo recupera su posición central en el sistema social y político podrá librarse de la dejadez, manipulación y explotación que las élites dirigentes políticas y económicas ejercen sobre los españoles. Pero el pueblo debe estar dotado de unos auténticos instrumentos de participación democráticos y sólidamente institucionalizados.

 

De esta manera, los ejes sobre los que debería girar la construcción de una nueva alternativa política nacional los podríamos enumerar de la siguiente manera:

 

En primer lugar, la defensa a ultranza de la unidad y de la soberanía de España, tanto frente a las amenazas secesionista como hacia la difuminación de nuestro ámbito competencial en una maraña de organizaciones internacionales burocráticas, elitistas e inoperantes. Además, sin negar la realidad de que España está ubicada geográficamente en Europa, esta realidad impepinable no puede hacernos obviar ni menospreciar que mantenemos vínculos fraternos con los pueblos de Hispanoamérica, con los que nos une un idioma común, una cultura y unas mismas creencias. El futuro está en que España ayude a construir una realidad joven y prometedora, no tanto en que solo incida en hipotecar su futuro con una Europa de los mercaderes, demográficamente insostenible y culturalmente en decadencia. España debe actuar de puente entre varios continentes siendo celosa de su propia autonomía e independencia. Resulta, de otro lado, paradójico que los mismos que auspician que se desconcentren competencias por abajo y que se produzca un centralización hacia la Unión Europea, le nieguen todo espacio a la idea de Estado-Nación. La consolidación de la realidad estatal es una necesidad ineludible tanto para las tendencias de integración en nuevas realidades supranacionales como para la construcción de procesos de descentralización auténticamente armonizadores.

 

En segundo lugar, la sostenibilidad de unos servicios públicos gratuitos y de calidad, garantía de cohesión social y de igualdad de oportunidades entre todos los miembros de una comunidad con independencia de sus condiciones de partida. Una Seguridad Ciudadana que promueva un ambiente estable, una saneada Seguridad Social, una eficiente organización sanitaria y un provechoso sistema educativo deben ser la prioridad de cualquier gobierno, puesto que sin cada uno de estos tres pilares no nos resulta posible asegurar una mínima calidad de vida para los ciudadanos. Puede y debe faltar dinero para mamamandurrias, pesebres y demás chiringuitos, pero no puede haber escasez de recursos en materia de Seguridad Ciudadana, Seguridad Social, Sanidad o Educación, puesto que estos son los verdaderos pilares sobre los que se sustenta una sociedad justa y socialmente sostenible y es la mejor manera de invertir eficientemente en el bienestar de todos.

 

En tercer lugar, la regeneración institucional para hacer de España una democracia auténtica y avanzada en la que se produzca de manera real la participación de todos los españoles en la toma de decisiones públicas. El esquema de democracia que en la actualidad sufrimos se basa en los mismos mecanismos que regían en el siglo XIX y hora es llegada de entender que muchos de ellos no responden a la realidad del siglo XXI en el que ahora transitamos. Pero a esta disfuncionalidad debemos sumar el hecho de que se hayan multiplicado exponencialmente el número de cargos públicos que suponen una carga para el conjunto de los contribuyentes y que son los primeros interesados en que no cambie una configuración institucional que claramente les beneficia.

 

En cuarto lugar, la justicia social, mediante la configuración de un sistema fiscal equitativo que no frene la iniciativa de los ciudadanos y mediante el aseguramiento de unas condiciones de vida digna y saludable para todos los ciudadanos, sin olvidar las necesidades básicas de los más desfavorecidos. Este objetivo debe partir de la base de conseguir una protección integral al trabajador que dignifique su labor y le haga partícipe en la buena marcha de la organización empresarial en la que se integre y en la sociedad en su conjunto. Sin olvidar mejorar la relación de la retribución del trabajo en relación con el conjunto de la renta nacional, mermada en los últimos decenios de manera creciente. La protección del mundo del trabajo en todos los ámbitos es garantía de la mejora de la sociedad en su conjunto y de cada uno de los individuos considerados en su inquebrantable dignidad.

 

Y en quinto y último lugar, la conservación y consolidación de la identidad cultural de España. Identidad que debe partir de un respeto escrupuloso de nuestras raíces religiosas y tradiciones y del fomento de los valores familiares como fundamento sobre el que construir una sociedad sana, en el marco de la diversidad geográfica y cultural de la que hacen gala los pueblos y regiones de España. Nos oponemos a la proliferación de mensajes disolventes desde los medios de comunicación y la cultura, tantos de nuestros rasgos de identidad y costumbre como de nuestra propia unidad como pueblo. No nos resignamos a la idea de que no se puede hacer una televisión pública de calidad ni a que nuestras películas subvencionadas tengan que incidir tanto en la zafiedad y en la extravagancia. También debemos alejar a España de la disolución por división, denunciando las distinciones de españoles de uno u otro sexo, de una u otra región o partidarios de una u de otra concepción de la naturaleza, del ecologismo o de la religión. Para ello, entendemos como obligación ineludible de cualquier dirigente político procurar la unión de todos los españoles mediante el énfasis en todo aquello que nos une y en la valoración de la diversidad y riqueza que todos juntos atesoramos. Marginando, como no debería ser de otro modo, de nuestra comunidad política los discursos de la división y enfrentamiento entre españoles que siempre nos han conducido a la desesperanza y el fracaso colectivos.

 

Por desgracia, históricamente podemos observar que por los españoles hemos reaccionado tarde a muchas de las amenazas que se nos iban planteando a los largo de los tiempos. Ahora, tenemos la obligación moral de ofrecer a nuestros compatriotas una alternativa al desastre que se avecina antes de que sea demasiado tarde. Se impone la extrema necesidad de una nueva metapolítica que sepa imprimir certidumbre en un mundo de constante cambio y de desorientación, algo que solo se consigue construyendo desde la base de unos profundos y sólidos valores morales. Esto es especialmente apremiante en una nación como España que lleva más de cuarenta años divagando y buscando un modelo de sociedad nítido y sostenible, lo que a la larga ha provocado, como en muchos otros puntos del orbe, un pesimismo vital y emocional que se ha traducido en una merma demográfica evidente. Consistiendo precisamente en esta inviabilidad de regeneración de nuestro factor humano la muestra más clarividente de la insostenibilidad de nuestro sistema socio – económico.

 

Nuestra clase política ha encontrado en exacerbar todo lo que divide a los españoles el método eficaz de dominación política, como si en el mundo que vivimos se pueda hablar de izquierdas y derechas o los intereses de los catalanes, gallegos o vascos fueran distintos a los del resto de los españoles en un mundo en el que irremediablemente corremos el riesgo de devenir irrelevantes en contraposición a las grandes bloques de naciones mastodónticas y hegemónicas. La casta política ha hecho suya e interiorizada la máxima del divide y vencerá y con ello desmoviliza todo tipo de alternativas que se pudieran urdir a su alrededor. Ahora es el momento de plantarles cara y definir un futuro más centrado en el bien común y en el fortalecimiento de nuestra comunidad. La tarea no se puede demorar por más tiempo, nuestra misión será la de precipitar el cambio de rumbo. La pelota está en nuestro tejado. Estará en nuestras manos saber responder a tiempo al reto que se nos plantea.


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