Nos llevamos las manos a la cabeza todos los españoles de bien al percibir la degradación a la que el Sanchismo ha llevado a España. El triste panorama de este Gobierno es fácil describirlo limitándonos a decir que su Presidente tiene a media familia imputada, su Fiscal General del Estado está siendo investigado por el Supremo al mismo tiempo que borra el contenido de su teléfono móvil y por doquier saltan tramas de corrupción que afectan de lleno a cada uno de sus más estrechos colaboradores, envueltos en presuntos cobros de comisiones para hacer negocio de la pandemia. Sánchez degrada cuanto toca, no lo podemos negar. Sin embargo, achacar todos los males actuales a una sola persona, sin dejar de constatar la triste realidad que nos aqueja, constituye un análisis harto simplista y desmesurado.
En este sentido, no podemos perder la perspectiva de que las cosas son un poco más complejas en realidad de lo que puedan parecer. No todo es achacable a Pedro Sánchez por mucho que se afane en ser la enésima expresión de putrefacción de nuestro sistema. De hecho, nadie se puede creer que todo se vaya a arreglar si se viene un Gobierno de la derecha liberal acomplejada que representa Feijóo. A lo mejor, hasta empeoran muchas cosas y para muestra la gestión de Mazón del drama valenciano. Pero lo que podemos aventurar es que muchas de las dolencias que nos aquejan seguirán como hasta ahora. Por eso, nos choca que Felipe González critique los constantes “cambios de opinión” de Sánchez, viniendo de quien en pocos meses nos llevó a la OTAN desde una posición “de entrada, no” a apoyar un referéndum para sostener nuestra permanencia en la Alianza Atlántica. No es el más adecuado para dar lecciones de nada.
Esto es así, no son los veteranos socialistas los más legitimados para criticar a alguien que es consecuencia de una política errática de liderazgos dentro de su propio partido, el PSOE, con figuras como las de Zapatero, que se alzaron con el poder dentro de su organización porque nadie creía que pudiera ganar ninguna elección y para aguarle un poco la fiesta al candidato oficial que, por aquel entonces, era José Bono. Desde entonces, hemos asistido a espectáculos lamentables como cuando desalojaron a su Secretario General de entonces, un tal Pedro Sánchez y lo convirtieron en un mártir posteriormente recuperado para la Secretaría General del partido. El PSOE no es quien para darle lecciones a nadie, porque está en la génesis del problema y no aportan nada en pos de su solución. Antes de meterse a aspirar a gobernar España deberían empezar por arreglar su propia casa.
Ni siquiera a nivel moral, el resto de la Casta política le puede achacar en exclusiva a Sánchez el delito de haber colocado a su mujer y a su hermano, pues algo parecido hizo el mismísimo Rey Juan Carlos con su yerno y el propio Alfonso Guerra, con su ínclito hermano. Los partidos políticos se dedican a colocar a los suyos. Y este problema moral lo acarreamos desde lejos y deriva de la relajación con el tema de la corrupción de este régimen partitocrático, pues ni al PP le ha convenido ahondar hasta el final en la investigación de los delitos del PSOE, ni el PSOE ha hecho lo propio con los populares. Se han tapado mutuamente sus vergüenzas y esto es lo que nos ha llevado a la situación actual de descrédito y desmoralización.
¿Amnistiar políticos? Hemos experimentado esas náuseas cuando Sánchez lo hizo con los culpables del “procés”, pero no deberíamos olvidar que la actual democracia se estrenó amnistiando a terroristas de ETA. Algunos abandonaron la lucha armada, pero no todos los que fueron objeto de medida de gracia dejaron el terrorismo. La derecha suarista de entonces cargó con la responsabilidad de haberlo hecho con todos, rehabilitados o no, como ahora Sánchez lo hace con Puigdemont y sus compañeros de aventuras.
En otro orden de cosas, pero íntimamente relacionado con lo anterior se nos ponen los pelos de punta cuando observamos cómo impunemente los dos partidos hegemónicos se reparten los cargos del Poder Judicial y del Tribunal Constitucional. Pero esto viene de lejos, no es nada nuevo. Lo han hecho antes, González, Aznar, Zapatero y Rajoy, todos ellos y los que vendrán. Los españoles estamos ya curados de espanto de ver cómo nuestros políticos dictan por control remoto muchas de las sentencias judiciales y constitucionales, no nos puede pillar de nuevas.
¿Nos rasgamos las vestiduras ahora viendo cómo el Gobierno de España es fruto precisamente del pacto con aquellos que la quieren destruir? Le tendremos que pedir explicaciones a aquellos arquitectos de nuestro sistema constitucional y político que permitieron la legalización de partidos separatistas y totalitarios cuyo fin último y confesado es acabar precisamente con una España conformada por diferentes sensibilidades, pero unidas en un mismo sentir de comunidad y bienestar social. En otros países de nuestro entorno, no se permitiría la participación democrática de quienes obviamente quieren destruir nuestra pacífica convivencia o cuanto menos partir en trocitos la que debiera ser nuestra inviolable integridad territorial.
Cometeríamos un error garrafal considerando que todos los problemas de España tienen nombre y apellidos. Todos los males de España no se llaman Pedro Sánchez Pérez – Castejón. La postergación de nuestra nación viene de lejos y tiene muchos padrastros. Sánchez puede que sea expresión fiel de la disolución de los valores que nos unen como pueblo sano y decente, pero la semilla de la destrucción de España la sembraron muchos de los que ahora se rasgas las vestiduras, posibilitando que desde el Gobierno se pudiera atacar impunemente al resto de instituciones y negando la posibilidad de unos controles permanentes para conformar un sistema de respeto al Estado de Derecho y al imperio de la ley. Sánchez ha llegado tan lejos en la degradación de España porque el sistema averiado del Régimen del 78 permite que tal cosa suceda.
Hasta que no lleguemos a entender que nuestros males vienen del Régimen del 78, no hallaremos solución a la situación actual de España. No podemos seguir vanagloriándonos de habernos dado una Constitución que en su propia redacción tiene el germen de la destrucción de España. Germen de destrucción que podemos siquiera brevemente referir en las siguientes causas: por no garantizar de manera inequívoca la separación de poderes que habría imposibilitado los ataques que a menudo constatamos a la independencia judicial; por no permitir que las Cortes se conviertan en un freno del poder del ejecutivo y no en sus meros palmeros; por tolerar el chantaje permanente de los partidos minoritarios independentistas; por haber configurado el sistema de partidos español como un corrupto mercadillo de reparto de cromos y privilegios y en el que se impone la única voluntad del que decide quien va y quien no en las listas electorales cerradas; y en definitiva, por haber despojado al pueblo español de todo atisbo de dignidad y soberanía, relegándole al mero papel de espectador y víctima de los desmanes de su Casta política y habiéndole privado de todo mecanismo de corrección de los comportamientos más despóticos de nuestros gobernantes.
Como resumen, nuestra degradada Casta política lleva muchos años actuando con cierta impunidad prevaliéndose de una situación de privilegio sobre un pueblo, por desgracia, sumiso y resignado. Razón por la cual, consideramos que precisamente hasta que no se mude tal “status quo” no podremos ver a nuestra nación salir del abatimiento político en el que la tienen sumida. Por ello, de nada vale que un gobierno de un signo suceda a otro si no se le ofrece la posibilidad al pueblo español de cambiar las reglas de juego de un sistema que nos ha abocado al lugar en el que en estos momentos nos hallamos. En esa labor es en la que nos encontrarán los españoles.