Los tres intentos de renovación política que ha tenido España en los últimos tiempos han sido protagonizados por Podemos, Ciudadanos y VOX. Estas tres han sido y son las últimas esperanzas de regeneración del sistema en las que nos hemos podido de alguna manera apoyar los que todavía no hemos perdido del todo la esperanza de que la actual política española pudiese llegar a revertir de la situación lastimosa en la que desgraciadamente se encuentra. Por desgracia, cada uno de ellos parece el vivo retrato de un fracaso porque ninguno de ellos parece dirigido a tan alto fin.
Ni que decir tiene que tanto Ciudadanos como Podemos han sido dos experimentos frustrados que a duras penas arrastran su falta de dignidad y entusiasmo y a lo máximo que pueden aspirar en el momento presente es a subirse a un carro ganador que pase por su acera o montarse en el enésimo intento de construir algún proyecto ilusionante que concite de nuevo la esperanza en una parte del electorado. Si tal cosa no sucede, los centristas se tendrán que integrar en un Partido Popular cada día más descafeinado y los de la formación morada no serán nada más que una sigla a disolver en la Izquierda Unida perdedora de toda la vida. Ambas formaciones políticas no son más que dos juguetes rotos cuya máxima aspiración no deja de ser que alguien les encuentre acomodo en algún recóndito ropero a la espera de tiempos mejores.
Por su parte, VOX ha cometido el irreversible error de condicionar su apoyo a Mañueco a su entrada en el ejecutivo regional de Castilla - León. Craso error porque coaligarse a cualquier precio acaba por beneficiar a la fuerza política de toda la vida y castigar la bisoñez política. Otra cosa hubiera sido que en aquellos lares los de Santiago Abascal contasen con un equipo fiable y de experiencia contrastada. Pero no es el caso. Otra cosa hubiera sido que en una región, pongamos por caso, como Murcia, en la que VOX tiene posibilidades reales de convertirse en primera fuerza, consideren posible gobernar con apoyos puntuales de un Partido Popular que a cambio, recibiría similares apoyos puntuales en otras comunidades autónomas.
Mas convertirse en muletilla y segundón de un partido tan consolidado como el Partido Popular a la larga no acarrea más que la insignificancia política. Y si no, que se lo pregunten al Ciudadanos castelllano-leonés de Egea o al andaluz de Marín, prácticamente desaparecidos. Y es que el pez gordo se come al chico y cosas muy gordas deben acaecer para que quede derogado este manido refrán. La labor de "muletas" del partido hegemónico se paga con la insignificancia política en el corto plazo político.
Y es que si nos remontamos a los orígenes de Podemos, sus primeros pasos, nos damos cuenta de que su proyección provocó la falsa percepción de que podía sobrepasar electoralmente al PSOE de toda la vida y comerse de manera fácil su tostada electoral. En Pablo Iglesias se dio tal ensoñación, al igual que le sucedió a un endiosado Albert Rivera. Se vieron como Presidentes y aquí radicó su error, en ligar la estrategia de su partido a su proyección electoral personal, algo que puede parecer lo mismo, pero no lo es...
La nueva política española, si se acaba por consolidar, es una política que abandonará definitivamente el tradicional turno de partidos entre el PSOE y el PP. Las mayorías absolutas han pasado a ser una quimera irrealizable. Usando un símil castrense, ahora de lo que se trata no es de planificar grandes movimientos de tropas, sino más bien entretenerse en una lucha cuerpo a cuerpo constante y continuamente en cambio. Nos puede gustar o no, pero la realidad es ésta y no otra. Lo novísimo es el diálogo y el pacto, la negociación y muchas veces, la componenda, pero no son momentos los actuales para el rodillo y el tente tieso.
Por ello, resulta del todo estrambótico que las dos grandes promesas regeneradoras se hayan finalmente frustrado debido a que sus líderes, Iglesias y Rivera, en un momento dado se vieron cara de Presidentes de Gobierno porque vieron factible, respectivamente, superar electoralmente al PSOE y al PP. Casi lo consiguen, pero pusieron más énfasis en su sensación de fracaso que en haber conseguido llegar a dónde habían llegado. No supieron calibrar la gesta que habían consumado. Y es que su verdadero capital político no radicaba en su capacidad de llegar a La Moncloa, sino precisamente en influir de manera decisiva en las decisiones que se tomasen desde el Gobierno. Esta lección parece haberla aprendido Yolanda Díaz y parece que es a lo máximo que aspira en su nueva aventura electoral. Llega demasiado tarde, pero el intento de ser decisiva la convierte en un producto un poco más pragmático que el Podemos de Pablo Iglesias.
Ahora, quien tiene que examinarse en los próximos movimientos políticos va a ser VOX. De la manera en la que sepan interpretar este síndrome del ganador dependerá en el futuro su supervivencia. No se trata de ganar elecciones ni siquiera de participar directamente en ningún gobierno. Se trata de hacer política de corta distancia consiguiendo que los ciudadanos perciban que consiguen colar en la agenda y en el BOE las propuestas que mueven a los ciudadanos a apoyarlos. El clan Lepen y su formación Frente Nacional/Reagrupación Nacional lo ha conseguido en Francia a pesar de vivir en el destierro político y ello ha provocado un incremento electoral constante y un firme apoyo en las urnas. Desde los años 80 han conseguido colar sus inquietudes en la agenda política del resto de formaciones y con ello, han conseguido un lento pero sostenido aumento de su apoyo social. Ahora se trata de comprobar si es capaz de la misma gesta las huestes de Santiago Abascal. Pronto tendremos ocasión de comprobarlo.
Mientras tanto, se echa en falta una fuerza política que ponga sus objetivos de mejora del bien común por encima de sus propias ambiciones e intereses. Somos muchos los que sentimos la necesidad de contar con un medio de representación que sirva realmente a nuestros intereses y expectativas. Y es que en buena medida, hace ya mucho tiempo que los partidos del sistema no se preocupan de ocultar que el interés general les importa un comino y que tan sólo están enzarzados en luchas de liderazgos y de prebendas. Vivimos ya muchos años instalados en el "quítate tu que me pongo yo", en la defensa de las propias banderías y en el aprovechamiento por parte de unos pocos de la usurpación impune del espacio común por los intereses espúreos partidistas.
¿A alguien le importa realmente quien gana unas votaciones cuando la mayor parte de la gente se decanta por el mal menor en su decisión electoral? ¿Alguien espera que en la coyuntura actual nuestros problemas reales los resuelvan las formaciones políticas que han contribuido en buena medida a crearlos y agravarlos? ¿Alguien experimenta algún tipo de expectativa de cambio en el momento de depositar su voto en una urna? ¿Existe alguien que se crea las mentiras tan evidentes de los políticos en campaña? Realmente, no. Solamente esperan sacar rédito de este sistema aquellos que aspiran cínicamente a resultar caballo ganador. Una vez en la poltrona, las promesas que se hicieron al electorado para llegar allí pueden esperar eternamente, pues se quedan aparcadas fuera de los muros de un confortable chalet en una urbanización exclusiva de Galapagar.
Por ello, cada día somos más los que depositamos nuestra esperanza en una fuerza como Defensa Social, esperando que su motivación sea tan sólo la recuperación del espacio común de los españoles en forma de servicios públicos de calidad y mejora de nuestras formas democráticas de participación en la construcción de la cosa pública. Todo ello por encima de egos y ambiciones, de intereses y redes clientelares. Solo así podremos construir el país con el que soñamos y la nación que nos merecemos la gente normal. Aspiran a ser un grupo homogéneo de personas que hacen un diagnóstico de la situación muy similar y están de acuerdo con las únicas fórmulas para salir bien parados de los peligros que sorteamos y de los nubarrones que se ciernen a nuestro alrededor.
No vale ahora seguir dividiendo a los españoles entre izquierdas y derechas, cuando estas etiquetas tan sólo sirven de agencias de colación de amigos y familiares, dejando a un lado lo poco que de bueno hay detrás de sus clasificaciones ideológicas. Tampoco sirve territorializar a los españoles en comunidades autónomas artificiales, cuando las fórmulas para mejorar el nivel de inglés de nuestros niños y niñas o sus herramientas matemáticas son muy parecidas en Lérida y en Huelva: mayor inversión en educación, mejor motivación del profesorado y dignificación de la función docente en todos sus aspectos. También diríamos que no está demostrado que los ciudadanos mejoren en sus dolencias cuando son atendidos en sus lenguas vernáculas y sí cuando un solo sistema de salud nacional está suficientemente dotado y se pone en manos de los profesionales de la sanidad la propia gestión de los recursos.
A la mayoría de los españoles nos da igual quien va a ganar las elecciones. Nos resulta indiferente que el próximo Presidente sea más o menos guapo, tenga barba o no, hable mejor o peor el gallego o tenga mayor o menor propensión a hacer postureo montado en costosísimos aviones o helicópteros. Lo que de verdad le interesa a la gente normal es que sus problemas se resuelvan o al menos, que se inicien los acertados pasos para que ello sea así. Las luchas intestinas dentro de Podemos, VOX, el PP o el PSOE solo le interesan a quienes esperan que cuenten con ellos en la elaboración de las próximas listas electorales, pero no a la ciudadanía en su conjunto. Pero los podemos ver en directo a los podemitas enzarzados con Yolanda Díaz, la sombra de sospecha con el abandono de Olona o la manera en la que el liderazgo de un bisoño Feijoo es vapuleado por la Princesa de la Comunidad de Madrid. En el PSOE, veremos la sillas moverse cuando en las próximas autonómicas y locales muchas apuestas seguras se vayan a la calle por la deriva a la que les ha llevado el doctor Sánchez.
Pero no se dan cuenta de que la política no es como el fútbol. En la gestión del interés general da igual que gane nuestro equipo o no, lo importante es que los jugadores salgan al campo dejándose la piel en favor del pueblo. Por ello, reclamamos que salgan a la palestra movimientos políticos como Defensa Social, que por encima de personalismos, mezquindades, mercadotécnicas electorales y sectarismos, se encargue de servir de valladar y protección ante la evidente desmantelamiento de los servicios públicos que nos tienen preparado los unos y los otros. Humildemente, pretendemos que sea precisamente esta Defensa Social la fuerza capaz de volver a recuperar para el pueblo la voz que desde hace tiempo le ha sido arrebatada. Solo así volveremos muchos a creer en la capacidad de la política de mejorar la condiciones de vida de todos nosotros: mejorando nuestras vías de expresión a la hora de forjar el futuro de todos.