A menudo los titulares de la prensa y la televisión casan mal con un análisis sosegado de los distintos resultados electorales. En relación con las elecciones a la Xunta algo de esto ha pasado. El lunes, el Partido Popular pudo respirar tranquilo y el liderazgo de Alberto Núñez Feijóo quedó consolidado, mientras que las aspiraciones de alternativa que tenía la izquierda gallega se han quedado en aguas de borraja. Sin embargo, si rascamos un poco en los resultados nos daremos cuenta de que hay motivos para la preocupación porque la tendencia que marcan estos comicios no se traduce en nada bueno para la estabilidad y coherencia de la política española.
En primer lugar, la irrupción de Democracia Ourensana es una peculiaridad del ecosistema político orensano que no merece la pena comentar por tratarse de un fenómeno difícil de entender en el resto de España y que hunde sus raíces en el hartazgo de la población frente al caciquismo del sector baltarista del PP y frente a la inoperancia del socialismo y nacionalismo de aquella provincia. Incapaces todos ellos de alzar la voz frente al abandono que la administración regional y nacional ha hecho de este bello rincón de la geografía española. Dará mucho que hablar el culebrón orensano, pero no tiene paragón, gracias a Dios, en el resto de territorios y no se puede entender fuera de la idiosincrasia de la podrida política de aquel territorio.
En segundo, lugar, algo que resulta evidente es que tanto Sumar como Podemos han sufrido un tremendo revés en esta ocasión. Los de Podemos se han quedado por debajo, nada más y nada menos, que del Pacma. La izquierda radical española ha sido un mar de lágrimas en Galicia y aventura lo que se puede producir en los próximos meses en el País Vasco y en las elecciones europeas. El desencuentro entre las huestes “podemitas” y los satélites que giran alrededor del rey – sol Yolanda Díaz se paga – por fin - caro en las urnas. Al mismo tiempo, que consagra a la comunista ferrolana como la auténtica artífice de muchas de las mayorías absolutas del Partido Popular en Galicia con su peculiar modo de entender la política a través del fomento de las divisiones y de su apuesta indisimulada por la traición y la deslealtad, se dirijan éstas hacia los propios o hacia los extraños. Este es el abono natural en el que crece políticamente Yolanda Díaz, el estiércol de fomentar la división y emprender proyectos políticos en contra de otros y sin un nítido rumbo al que dirigirse.
En tercer lugar, en la esfera de la derecha, podríamos pensar que el Partido Popular le ha ganado una batalla más a los de VOX, pero nada más lejos de la realidad. Los de Santiago Abascal han crecido tímidamente, pero no han perdido apoyos en modo alguno. Otra cosa es que Galicia constituye un hueso duro de roer para la derecha populista ya que en el noroeste español no se producen las motivaciones que llevan al electorado para decantarse por VOX: no existe el problema de inmigración ilegal del resto del territorio nacional, tradicionalmente existe un sesgo matriarcal que impide que cale el discurso frente a los excesos de las teorías de la violencia de género y por desgracia, hace mucho que los gallegos abandonaron toda esperanza de futuro en el mundo rural. Amén de que la forma de aproximarse a los problemas de aquellos lares no es la del conflicto y la discusión que es la forma de hacer política que tiene la formación verde. Como decía Castelao, los gallegos no protestan, emigran…
Por su parte, el Partido Popular puede estar muy satisfecho del resultado electoral, pero el hecho incontestable es que en términos porcentuales Alfonso Rueda mantiene a la baja los resultados del año 2020 de Feijóo. El problema es que del 2020 al 2024 el Sanchismo ha hecho suficientes despropósitos para que el PP hubiera podido capitalizar en mayor medida un voto de rechazo. Cierto es verdad que el líder nacional cometió el error en campaña de dar a entender que el tema de la amnistía se lo llegó a plantear en primera instancia, pero no ha sabido llevarse ningún voto del desgaste que un Sánchez a la deriva hubiera debido sufrir en esta convocatoria electoral. La primera desde su investidura. Extrapolando resultados, el estancamiento del PP mantendría en las Cortes Generales el resultado del 23J. Para salvar esos cinco escaños que le faltan para conseguir la mayoría absoluta con los de Abascal, el Partido Popular necesita subir electoralmente aunque sea poco y el resultado de Galicia, en lo que tiene de tendencia, expresa que subir, lo que se dice subir, no suben…
Y en cuarto y último lugar, resulta evidente un traspaso de votos desde el PSOE al Bloque Nacionalista Galego. Y esto es lo preocupante. Las elecciones a la Xunta de 2020 marcaron el camino de la debacle socialista, pero en esta ocasión la cuesta se les ha hecho más empinada e insalvable. La alternativa política en Galicia a los gobiernos del Partido Popular en estos momentos es el nacionalismo gallego, no los socialistas. Esto no se entendería sin la inestimable ayuda del Presidente del Gobierno que con sus claudicantes pactos con los nacionalistas y separatistas de variado pelaje no hace más que legitimar a lo bestia las posturas más maximalistas de los movimientos centrífugos de la periferia.
A Sánchez le cabe el honor de hacerse responsable de esta deriva. Ha sido él quien ha fiado la gobernabilidad de España del apoyo de grupos radicales nacionalistas. Los españoles cosecharemos la semilla que el actual inquilino de La Moncloa ha sembrado de balcanización y de desintegración de España, esto es evidente. Pero en el caso de Galicia, quien también ha coadyuvado a este nuevo frente nacionalista ha sido la política meliflua y de contención de un Partido Popular acomplejado que ha jugado a lo que ellos consideran un “galleguismo” moderado y molón. Van de “guays” y por reírle las gracias al nacionalismo fomentan un caldo de cultivo para que el separatismo avance sin remedio.
Por poner un ejemplo, la política del monolingüismo en materia de educación, que se imparte íntegramente en gallego, es una apuesta del Partido Popular que ha realizado con la oposición de miles de gallegos, que es más perniciosa de la que se aplica en Cataluña y que pone al descubierto las incoherencias del relato “pepero“. La consecuencia ineludible de que los niños gallegos solo estudien en gallego gracias a las políticas de Fraga, Feijóo o Rueda es que se crea la falsa apariencia de que viven en una nación distinta de la española y será la piedra angular sobre la que el Bloque dentro de algunos años edifique el edificio de un proceso de desconexión de España. Es un final cantado.
Por todo ello, algún día tendremos que lamentar estas políticas erráticas del Partido Popular de Galicia que exacerban todo aquello que diferencia a unos españoles de otros sin poner el énfasis como debieran en poner en valor aquello que nos une. Son las mismas que aplica el PSOE allá dónde puede y algún día se demostrará que la mejor política contra el nacionalismo disgregador en modo alguno es la contención con el mismo y la asimilación de sus principales postulados porque al final los votantes eligen el original y no la copia y acaban por abrazar las posiciones maximalistas de los separatistas.
Desde Defensa Social les seguiremos afeando la conducta a los unos y a los otros. Nuestra responsabilidad está en plantear alternativa a este Régimen político corrupto y disgregador.