Jugar con equidad implica respetar las mismas reglas y hacerlo en unas mínimas condiciones de igualdad en la participación. Por eso, no es justo que nos cambien las reglas del juego a la mitad de la partida o que la interpretación de las mismas corra a cargo de uno de los jugadores. Ganar así no tiene mérito, salvo que ganar se convierta en un fin en sí mismo como es el caso de la política electoral o parlamentaria. Nadie va a venir en este ámbito a darte una palmadita en el hombro por lo bien que has perdido. En la política lo que vale es ganar, no participar.
Por eso, resulta inadmisible que en el ámbito de la democracia unos tengan “per se” mejores condiciones de partida a la hora de competir en las lides electorales. Todos deben ser reconocidos como agentes participantes y de igual manera deben ser tratados en igualdad de condiciones. Lo contrario, es hacer trampas al solitario, sobretodo en un sistema de teórica alternancia política entre opciones contrincantes como es el sistema democrático.
Sin alternancia no hay democracia. Algo que no se le debiera olvidar nunca a quienes se llenan la boca con este vocablo y menos a quienes les parece muy bien la misma cuando los electores se mueven de acuerdo con sus coordenadas ideológicas, pero no tan bien cuando los mismos se muestran renuentes a seguirles la corriente. Para que la misma alternancia sea real, los diversos contendientes se deben reconocer mutuamente como tales, se deben respetar. Y no existe mayor respeto que someterse a las mismas reglas y contender con las mismas armas y en condiciones de equidad en las lides parlamentarias y electorales.
Sin embargo, en el sistema político español no tenemos por menos que resaltar y denunciar cierta asimetría que actúa de manera patológica y desvirtúa con ello el funcionamiento del conjunto, puesto que en una democracia plena la alternancia política es imprescindible y para que la misma se produzca es necesario que los partidos actúen en el juego electoral en igualdad de condiciones. Sin embargo, nuestro sistema adolece de un enorme sesgo a favor de una de las alternativas de bloques posibles. España es un país escorado descaradamente hacia la izquierda que representa el Partido Socialista Obrero Español. De hecho, podemos proclamar que es el PSOE el partido hegemónico del sistema político español.
Son muchos los que consideran que este escoramiento se pergeñó en la transición a la democracia y habría tenido su inicio en la sustitución de sus dirigentes tradicionales por una nueva clase política de políticos que simbolizaron Felipe González y Alfonso Guerra. La mejor manera de que el nuevo régimen consolidara su imagen sería que los socialistas volvieran al poder y para ello, como se puede observar, Adolfo Suárez fue un escollo en el camino que derribaron a la más mínima ocasión. Además, oponiendo al PSOE una derecha heredera del anterior régimen la inutilizaban electoralmente durante una buena temporada y se garantizaban varias legislaturas del PSOE suficientes para transformar España en el sentido que a las élites mundialistas les interesaba: desindustrialización, apertura indiscriminada de mercados y desarme arancelarios incluidos, amén de otro paquete de medidas en el ámbito social que transformaron nuestro país desde una apuesta inequívoca por los valores familiares hasta la disolución paulatina de la fortaleza que exhibíamos en ese ámbito y que nos ha convertido en una nación débil en lo que se refiere a las redes de vínculos comunitarios se refiere.
Mientras tanto, a pesar de todo, el Partido Popular no ha representado más que la figura del convidado de piedra en este teatrillo parlamentario español. Nunca prestó la más mínima atención a revertir muchas de las más perniciosas políticas socialistas y lo único a lo que ha aspirado ha sido a fortalecer el sistema desde el punto de vista de la gestión y de la más burda economía, desdeñando los aspectos que son medulares a la hora de ejercer el poder de modificar las percepciones de la ciudadana sobre la realidad de los hechos. El relato lo ha construido siempre la izquierda socialista o al menos se ha adelantado siempre a la derecha pepera y ha conseguido imponer el propio sobre el de los rivales, ante la pasividad mostrada en todo momento por el Partido Popular.
En los últimos tiempos, tras las elecciones generales del 23J, podemos observar como la derecha en general ha ganado claramente las elecciones, pero la mayor simpatía hacia el PSOE que muestran los nacionalistas del PNV y Junts acabará por redirigir hacia los socialistas todas las expectativas de conformar un nuevo ejecutivo en España. Algo que sería del todo inverosímil si el PSOE no ejerciera esta enorme fuerza de atracción consistente en configurarse como una fuerza hegemónica que naturalmente tiene el derecho de gobernar y que no lo hará solo cuando su desastrosa gestión de los asuntos públicos hace inviable que sigan ocupando las poltronas del poder por más tiempo. Momento en el cual los esforzados grises “burócratas” de la casta política, los peperos cogerán el timón de la nave el Estado, pero con el único propósito de adoptar las reformas necesarias para que este sistema enfermo se mantenga en pie por una temporada más, pero sin tener la más mínima intención de encauzar el rumbo hacia unos puertos más seguros para los intereses de los españoles. Que todo cambie, para que todo siga como está.
En esta ocasión, la escusa esgrimida por los separatistas será la carta de la criminalización de VOX. Partido que ya ha dicho que apoyará el recambio de Sánchez en la figura de Feijóo sin pedir nada a cambio. Ya lo ha manifestado así Santiago Abascal para facilitar las cosas al PP. Pero la sentencia está dictada en el mismo momento en el que la negociación con el PSOE se ve con mayor agrado e incluso desde el PNV se está negando vías de comunicación con el PP a través de los medios de comunicación. De nada sirve el hecho de que el Partido Popular haya ganado las elecciones, el sesgo hace que desde la misma noche electoral los socialistas ya se hayan proclamado vencedores porque ellos lo valen. El único que mantiene el sigilo negociador y se abre teóricamente a cualquier vía es Puigdemont, pero con el propósito indisimulado de subir el precio que tendrá que pagar Sánchez para seguir en La Moncloa.
Sin embargo, choca que a una fuerza como VOX se le esté tildando de ultra derecha constantemente por el resto de partidos y por los medios de comunicación, mientras que no se refieran a fuerzas como Sumar, Podemos o Bildu como la ultra izquierda. Incluso el PP se abona a este trato discriminatorio cavando de alguna manera la tumba de su incoherencia política. Y es que, ¿qué sentido tendría que el PP descalifique constantemente a VOX diciendo que es la extrema derecha si finalmente acaba pactando gobiernos locales y autonómicos con ellos? La única política popular que se ha dado cuenta de este derrape argumentativo ha sido Ayuso, que siempre ha mostrado respeto con quienes fueron sus socios durante dos legislaturas y quizás por ello ahora respalde su gobierno en la Comunidad de Madrid con una holgada mayoría absoluta. No se le puede hacer el juego a la izquierda cayendo en tan flagrantes contradicciones como en las que ha caído Alberto Núñez Feijóo en esta campaña electoral. No se le puede dar por ganada ninguna batalla al contrincante, ni se puede perder por incomparecencia un debate electoral a cuatro en la televisión pública española. Son errores de principiante.
Desde Defensa Social proponemos la irrupción de una tercera España. Una nación mayoritaria que no está enfrascada en las luchas entre bloque ideológicamente más parecidos de lo que “a priori” nos pudiera parecer. Una España que esté dispuesta a escuchar a los españoles y que no se cierre al diálogo constructivo con el resto de fuerzas. Porque las disputas de patio de colegio entre socialistas y populares no hacen avanzar el país porque impiden el acuerdo entre lo que se puede considerar la opinión mayoritaria del pueblo español. Por poner un ejemplo, tanto el PP como el PSOE sostienen una misma orientación sobre el régimen territorial del Estado. Sin embargo, por ganarse el favor de los nacionalistas y anular con ello al bloque contrario, aceptan cesiones que cuentan con el apoyo de una ínfima minoría de los votantes. Así ha sido desde que las mayorías del PSOE de González empezaron a renquear a finales de los ochenta.
Pero mientras la España real se abre paso, el actual sistema lo mínimo que debiera ofrecer sería un sistema de concurrencia competitiva en el que todas las fuerzas contaran teóricamente con las mismas oportunidades para alcanzar el poder. Como hemos expuesto hasta ahora, esto no es lo que sucede. Ni tenemos ninguna esperanza de que vaya a pasar de otra manera. Por ello, Defensa Social ofrece una nueva concepción de la democracia, la democracia avanzada, que sepa corregir patologías como la que hemos expuesto y que consiga dar voz a la España que hasta el momento ha permanecido muda y silenciada. Los españoles de a pie no tienen los mismos intereses que la Casta que los enseñorea. Los ciudadanos libres necesitan una fuerza política que los respete y que no se limite a ejercer sobre ellos una manipulación de la que solo se extrae la consecuencia de la perpetuación de un régimen político decadente y corrupto.