A nosotros nos parece fuera de lugar esa enésima aparición estelar de Pedro Sánchez en forma de carta a sus secuaces, pero es posible que se nos escape que sus mensajes epistolares vayan dirigidos a su sector afín dentro de la sociedad española, estragado por el infantilismo y la ausencia de sentido común. Somos conscientes de que son llamadas de atención y de movilización dirigidas a la propia parroquia. No obstante lo cual, no por ello podemos dejar de denunciar lo que a todas luces nos parece un dislate más del Secretario General del Partido Socialista.
Y es que la conclusión de la que no podemos apartarnos es que el Presidente del Gobierno no se puede esconder detrás de sus emociones a la hora de afrontar la posible implicación de su consorte en algún turbio asunto de corrupción y tráfico de influencias. En el fondo, quiere operar en los electores los mismos mecanismos psicológicos del chantaje emocional puro y duro. Tampoco nos parece de recibo que aluda a una oscura conspiración de la oposición democrática en España, representada por Feijóo y Abascal, pues precisamente es su obligación moral denunciar cualquier posible o presunto caso de corrupción en el que pueda incurrir el Gobierno y sus allegados.
Esta es una regla clara de la democracia: los políticos deben asumir de manera responsable las consecuencias de sus propios actos, someterse al escrutinio más o menos acertado de los jueces y asumir el control parlamentario de las fuerzas de la oposición. Lo contrario, nos pone en el camino de una república bananera, que empezamos a sospechar que es el modelo en el que le gustaría instalar a España a este inefable Pedro Sánchez. A poco que analicemos su comportamiento político nos daremos cuenta de que este personaje se mueve casi siempre con unos modos más bien autoritarios, más o menos disimulados.
Sin embargo, lo que resulta a todas luces descorazonador es comprobar que el mensaje de este mago de la oportunidad política y de la estrategia torticera cala en una parte importante de la sociedad española. Con ello, y por arte de magia, traslada sin más su inmundicia moral a sus seguidores, que se convierten en meros cómplices de hechos que harían enrojecer a cualquier persona de buena voluntad. La obligación del Presidente de Gobierno es comparecer ante el pueblo o ante sus representantes políticos para explicar su grado de implicación en los hechos que se investigan o para esgrimir las razones que crea oportuno para defender la actuación de Begoña Gómez a la hora de aprovecharse de su posición para escalar empresarialmente. Hacer eso, o dimitir, no queda otra.
Desde Defensa Social no nos cansaremos de propagar el imperativo moral de que aceptando proposiciones con poco recorrido moral los electores se hacen responsables de la degradación ética a la que se nos condena como sociedad. Si queremos jugar la carta de una democracia auténtica, debemos subir el listón de todo aquello que nos resulta moralmente inadmisible. De lo contario, seremos cooperadores necesarios de que la corrupción sea la regla general de este sistema partitocrático y de que a lo más que podamos esperar los ciudadanos sea a aguantar los repetidos “y tú más” de unos y otros políticos, echándose los trastos mutuamente para eludir la asunción de las propias responsabilidades.