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Durante decenios hemos sufrido a los voceros del sistema y a sus papanatas mediáticos en su reiterativa defensa, sin más, de la democracia y de Europa. Han sido lustros esgrimiendo una visión dogmática y poco sustentada de ambos ideales, sin nutrirnos nunca de alguna razón de peso para que ambos conceptos deban ser alzados al altar de los imponderables indiscutibles. Se han sostenido democracia y europeísmo sin molestarse lo más mínimo en acompañar de razones las supuestas bondades de ambos. La clientela borreguil lo ha aceptado todo sin pestañear.

Ese ha sido el problema puesto que con el paso del tiempo, los ciudadanos de esta Europa democrática han podido comprobar en sus propias carnes un paulatino deterioro de sus condiciones de vida y del sistema político, económico y social, en general. A grandes rasgos, podemos decir que ni Europa ni un concepto sesgado de democracia colman todas las aspiraciones políticas de los ciudadanos que pretenden pastorear. Sobre todo, cuando encaramos un presente de inflación, precariedad laboral, inmigración ilegal y aumento alarmante de la inseguridad y la delincuencia.

Por eso, el pueblo se atreve, desesperado, a ensayar nuevas alternativas con las que revertir la situación en la búsqueda en última instancia de un futuro que les niega una casta política insolidaria y poco adherida al terreno. Estas nuevas alternativas, enseguida son tildadas de populismos, fascismos o simplemente, ultra derecha. Sin entrar a analizar el hálito que las inspira se recurre al expediente de matar al mensajero. Sin más contemplaciones…

El problema vendría en el momento actual en el que las elecciones europeas dieron un incremento notable a este tipo de partidos, en el que en Francia se tuvo que unir el resto de arco parlamentario como única manera de doblegar a la formación política de Marine Le Pen, en el que Alternativa por Alemania sube notablemente en las elecciones regionales o en las que en Austria queda en primera posición el FPÓ. Sin contar con que en Hungría, Italia o Suecia la derecha radical se asienta sin contestación en el poder.

El elefante es demasiado grande como para ignorarlo y lo tenemos dentro de la habitación. Nadie debería obviar que de una manera democrática han llegado a Europa opciones poco apetecibles para los intereses de los más poderosos. Éstos, vacíos de ideas, tan solo han sabido improvisar las manidas consignas de que “viene la ultra derecha” acompañados de los más variopintos “salaos” en forma de “cordones sanitarios”, como el que han protagonizado nuestros vecinos galos con la coalición de Macrón y la Francia Insumisa. Un mecanismo similar ha permitido mantenerse en el poder al inefable Pedro Sánchez, capitaneando un conglomerado de dispares retales. En uno y otro caso, todo un despropósito. Un recurso a la desesperada, pero con pocos visos de solvencia. Cada vez cala menos un relato averiado y maniqueo.

No obstante, a nosotros se nos antoja que la única vía posible de superación de este enorme entuerto de propalación de mensajes incoherentes,  no es otra que la de saber escuchar y atender las demandas del pueblo de un modo más transparente y democrático. Solo así podremos salir de una situación insostenible en el que el malestar político y la indignación pulverizan las esperanzas de bienestar y futuro de los pueblos de Europa. Es lo que demanda la gente y es la exigencia a la que deberíamos atender en primera instancia.

Solo con más democracia, sí, pero auténtica y soberana, será posible plantar cara a la enorme sombra de la decadencia de nuestras naciones. No hay otra salida que esta. Lo demás, solo servirá para atender a la inevitable deslegitimación de un sistema democrático, que no ha sido más que la manera de enmascarar los verdaderos intereses espurios y crematísticos de unas élites desvinculadas y depredadoras que nunca han tenido la más mínima intención de escuchar la voz de la calle ni de atender sus más profundas aspiraciones. Ha llegado la hora de que las cosas cambien de manera real.


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