Muchos de los países que formábamos parte no hace mucho más de dos siglos, del extinto Imperio Español, no acabamos de despegar ni a nivel interno ni en la esfera internacional. Esto lo puede corroborar cualquier observador imparcial. Casi ninguno ocupa en estos momentos el lugar que sus recursos, su posición estratégica o su denodado empeño por progresar les debería tener reservado en la esfera mundial.
La Ciudad de México, Lima o Buenos Aires de la época hispana miraban entonces con orgullo por encima del hombro a cualquiera de las capitales norteamericanas de la misma época. En los tiempos que corren, por desgracia, la distancia de desarrollo entre el Norte y el Sur se han decantado por los primeros. Con la situación actual de desunión de nuestra comunidad hispánica, la Historia nos da la espalda.
De igual modo, podemos observar que muchos de nuestros problemas devienen endémicos y en el fondo, tienen su raíz última en la manera de integrarnos en la realidad geoestratégica del mundo. Nos estamos bandeando en una realidad global gobernada por grandes bloques que imponen sus decisiones e intereses al resto y casi todos nuestros países no son sino meras comparsas de potencias mundiales de largo recorrido y de amplia potencia. Nos dejamos llevar por unas mareas globales que rara vez son propicias a nuestros intereses estratégicos y a las legítimas expectativas de nuestros ciudadanos.
Un caso de rabiosa actualidad lo conforma la penosa situación por la que están pasando nuestros hermanos de Venezuela. Sin hacer análisis de su situación desde un punto ideológico, lo que se vislumbra en la inestabilidad institucional del régimen bolivariano es un trasfondo de lucha empedernida entre grandes potencias mundiales. No muy lejos de todo lo que sucedió tras las recientes elecciones se traduce en términos de la pugna entre los Estados Unidos y Rusia por hacerse con el control de nuestra querida nación hermana. Sin unas intromisiones externas tan acusadas, el futuro venezolano sería prometedor y deseable.
Esta penosa coyuntura constituye una consecuencia inadmisible a todas luces. No podemos consentir ver a Venezuela en el lamentable estado en el que la podemos observar en la actualidad. Venezuela, España, México o Argentina, por poner varios ejemplos, deben desarrollarse en el pacífico devenir de la voluntad de sus ciudadanos. No cabe otra salida. En ningún momento se deben ver sometidas a las envestidas de potencias depredadoras imperialistas como la que en estos momentos constituye para todos nosotros la superpotencia mundial norteamericana. Debemos tener vida propia, alejada de interferencias tóxicas que solo buscan preservar sus propios intereses en detrimento de los nuestros.
Necesitamos volver a ser un todo. Necesitamos volver a reconocernos en la palabra “hispanos” porque es lo que somos. Nos tenemos que volver a mostrar en el espejo de nuestros hermanos en la Hispanidad. Volver a ser un todo que no le resulte ajeno nada de lo que le ocurra a cualquiera de sus partes. Volver a ser solidarios y sensibles a nuestras propias idiosincrasias y peculiaridades que es la base de lo que nos hace fuertes en la diversidad.
Necesitamos que el reconocimiento de esta realidad nos impulse a la construcción de un “corpus” institucional coherente con la misma. Y ello solo es posible si conseguimos que nuestra realidad, la Hispanidad, se convierta en un bloque geopolítico que consiga dar estabilidad a cada una de sus partes. En ningún momento podemos soslayar el bagaje de dos siglos en la consolidación de nuestras propias nacionalidades. De lo que estamos hablando es de una entidad complementaria que perfeccione las propias singularidades nacionales. Nunca debemos aspirar a sustituirlas.
Necesitamos que el resto del mundo nos identifique como un todo. Es urgente que esto sea así para que cualquier agente que considere la posibilidad de agredir la soberanía de alguna de nuestras naciones entienda que se enfrenta a un gran bloque de naciones hermanadas. Juntos, nos debemos proteger de las amenazas externas porque somos plenamente conscientes de que muchos de los problemas que nos aquejan tienen su raíz en las injerencias de potencias extranjeras que no velan precisamente, por el bienestar de nuestros pueblos, sino por sus propios intereses y necesidades.
Por eso, nos congratulamos con que Pedro Baños dedique a este mismo análisis una de sus próximas obras, “GeoHispanidad: la potencia hispana en el nuevo orden geopolítico” (Ariel, 2024). En el camino de la profundidad de las relaciones entre las naciones de la Hispanidad y de la Iberosfera tenemos la obligación moral de aparcar nuestras diferencias ideológicas para buscar juntos un futuro común de progreso y hermandad.
Por todo ello, resulta necesario que desde Defensa Social mostremos nuestra inequívoca voluntad de constituir un bloque geopolítico homogéneo y estable fundado precisamente en la Hispanidad e inspirado en nuestras comunes raíces y en nuestro propio modo de interpretar la realidad que nos rodea. Inmersos en este bloque será más fácil movernos en un espacio seguro de independencia. Este es nuestro futuro porque no tenemos otro.
Porque hoy Venezuela sufre las consecuencias de nuestra división, pero el día de mañana no sabemos si estaremos en su misma situación argentinos, colombianos, bolivianos o españoles. Y nosotros apostamos por la Hispanidad para remediar muchas de estas amenazas. Por eso creemos contar con todos vosotros para este empeño.