Jugar con equidad implica respetar las mismas reglas y hacerlo en unas mínimas condiciones de igualdad en la participación. Por eso, no es justo que nos cambien las reglas del juego a la mitad de la partida o que la interpretación de las mismas corra a cargo de uno de los jugadores. Ganar así no tiene mérito, salvo que ganar se convierta en un fin en sí mismo como es el caso de la política electoral o parlamentaria. Nadie va a venir en este ámbito a darte una palmadita en el hombro por lo bien que has perdido. En la política lo que vale es ganar, no participar.
Por eso, resulta inadmisible que en el ámbito de la democracia unos tengan “per se” mejores condiciones de partida a la hora de competir en las lides electorales. Todos deben ser reconocidos como agentes participantes y de igual manera deben ser tratados en igualdad de condiciones. Lo contrario, es hacer trampas al solitario, sobretodo en un sistema de teórica alternancia política entre opciones contrincantes como es el sistema democrático.