Cataluña no es una región más dentro de España. Por su peso específico en cuanto a PIB y población y por situarse tradicionalmente en la vanguardia de los movimientos económicos, políticos y sociales, todo lo que pase en el Principado no nos puede resultar indiferente. Ha sido durante muchas década uno de los motores de progreso y desarrollo de España y aunque en la actualidad, por mor de las políticas nacionalistas, esta preponderancia ha perdido mucha vigencia, sigue siendo una región puntera de nuestro país en muchos aspectos. Por ello, podemos dedicar siquiera sea unas breves líneas a analizar los resultados de sus comicios regionales del 12 de mayo.
En primer lugar, en Cataluña es mayoritaria la abstención. Los análisis políticos a menudo soslayan esta característica, pero resulta de vital transcendencia, puesto que la mayor parte del electorado ha optado por no acudir a votar en esta ocasión. Que a la mayor parte de los catalanes les da igual quien les gobierne debería abrir un profundo debate en el seno de las fuerzas políticas que se pretenden arrogar en exclusiva la representatividad del pueblo. De otro lado, dada la apatía ciudadana a la hora de acudir a las urnas no resulta de recibo que nadie se embarque en aventuras de movilización para romper la actual estructura del Estado.
En segundo lugar, en el eje identitario, en esta ocasión podemos constatar una mayoría holgada de los escaños en las filas de las diversas sensibilidades del “constitucionalismo”. Numéricamente ha sido así aunque esta aseveración tendría que ser cuestionada si profundizásemos más en la ambigüedad de algunas posturas políticas en el ámbito del PSC y de los Comunes. El independentismo ha perdido fuelle y la gente quiere abrir una nueva etapa en las que las relaciones entre el centro y la periferia se desarrollen en un marco de cooperación y no de ruptura. Este ha sido uno de los nítidos mensajes que han arrojado las urnas.
En tercer lugar, en el eje derecha e izquierda, esta última ha sido la que ha ganado con claridad las elecciones catalanas. Y es que Cataluña es la región que inclina la balanza en España hacia la izquierda. Sin Cataluña, en términos generales, España sería un país de derechas. Cataluña ha estado detrás de los resultados de Sánchez en las últimas elecciones y de que Zapatero se impusiera a Rajoy en dos ocasiones. Sin embargo, el Partido Popular se ha recuperado en esta ocasión y con ello se pone en duda que para el futuro el PSOE pueda recuperar en esta región la distancia que en términos relativos le ha servido para compensar la enorme distancia que les separa de los populares en otros territorios. Además, la recuperación del PP se ha hecho sin que VOX haya tenido que ceder ni un solo voto a su favor. La derecha más españolista avanza de manera coordinada en Cataluña.
Y en cuarto y último lugar, se ha confirmado la irrupción de la Aliança Catalana de Silvia Orriols en el Parlamento catalán. Como sostiene la primera edil de Ripoll, “Catalunya és la Nació dels meus avantpassats i serà l'Estat dels meus fills” (Cataluña es la Nación de mis antepasados y será el Estado de mis hijos). Un mensaje de corte netamente xenófobo, localizado en contra de los inmigrantes de religión musulmana ha encontrado su sitio en Cataluña. Nace en contradicción con la política convergente en materia de inmigración que prefería atraer gente de Pakistán o Marruecos antes que de Hispanoamérica porque creían que así optarían por hablar directamente el catalán y no el español. Con lo que no contaban era con la enorme brecha de convivencia que separa a los catalanes de los musulmanes. Déficit de integración que motiva la aparición de un movimiento de rechazo como el de Aliança Catalana.
Por todo lo expuesto podemos predicar que Cataluña ha optado por darle la espalda a los disparates de Puigdemont. Desea emprender una etapa de gobierno de izquierdas en el que se dejen aparcados los delirios separatistas y rupturistas. El mandato de las urnas se debe entender dirigido, guste o no, a un Salvador Illa que ha conseguido alzarse con diferencia como el candidato ganador y que a buen seguro que inaugurará un nuevo período en lo que a las relaciones Generalitat y Gobierno de España se refiere. Los catalanes han hablado y lo han hecho en pos de una nueva etapa de entendimiento y de colaboración.
Sin embargo, sobre la estabilidad de España y Cataluña se alza la personalidad atrabiliaria de Carles Puigdemont que en la misma noche electoral ha propuesto que se abstengan PSC y ERC para que él pueda gobernar en solitario, bajo la velada amenaza de que si no fuera así desestabilizaría el gobierno de Sánchez. En la misma jornada en que el independentismo de izquierdas se caía a plomo, el Junts de Puigdemont se convertía en la segunda fuerza política. imagen que nos recordaba aquella en la que Junqueras ingresaba en la cárcel tras la condena del 1-O, mientras que el inefable Puigdemont disfrutaba de su exilio en Waterloo.
El resultado de este enésimo capítulo del culebrón catalán nadie lo sabe, pero desde Defensa Social nos resistimos a que se incumpla de manera palmaria el mandato del pueblo de Cataluña en los términos que acabamos de exponer. La aritmética del resultado electoral de mayo de 2024 hará posible un gobierno con una u otra conformación, pero lo que no resulta de recibo en esta ocasión es que la voluntad de un personaje como Puigdemont tan dado a la inestabilidad emocional y la ocurrencia sea la que finalmente marque el signo de quien haya de ocupar de aquí en adelante la Presidencia de la Generalitat, por muchos chantajes que intente pergeñar contra nuestra decadente casta política.